Génesis de todos los cinéfilos

Memorias de una vida llena del buen cine

Por: Robinson Castañeda

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Fotografía: Maríe

Los que tenían los 100 pesos podían disfrutar de la función en una sala de cine improvisada, que no era más que un salón de la escuela donde estudiè primaria. El sitio era oscurecido por cortinas que algún profesor prestó de su casa. Esto pasaba una o dos veces al año. En varias ocasiones no tuve el dinero para el disfrute del ese mágico mundo y me conformaba con viajar en la mente desde afuera de la función, suponiendo lo que ocurría dentro. Imaginando a través de los sonidos estruendosos y los aplausos del respetable, que podía estar pasando ante cualquier hazaña heroica de los protagonistas de la cinta. Cuando la economía me trataba bien gozaba de oscuridad donde encontré la emoción, el amor, la pasión y muchas cualidades más del cine, por siempre y para siempre.

Rambo, Cobra, Halcón, Comando, Robocop, Contacto Sangriento, Duro de matar, Arma mortal, Retroceder no rendirse con su interminable saga y otros títulos llevados al olvido y devueltos de vez en cuando al presente, incluso de serie B, fueron los pinitos de un amor a primera vista que se ha extendido por años y al que como pobre cinéfilo con hambre de saber màs y siempre en formación, se le ha tenido respeto y fidelidad. No ha habido futbol, basquetball, ciclismo u otro pasatiempo que lo pueda igualar, porque el séptimo arte es un estilo de vida.

Una de las muchas demostraciones de lealtad que recuerdo fue durante los cursos de catequesis a mis ochos años de edad. Cursos que odiosamente solían ser los sábados en la tarde. Para desgracia de la iglesia, Coca cola mataba tinto y era mejor arriesgar la primera comunión a final de año con fiesta y muchos regalos, con tal de fugarme a tiempo para el especial de Superman 1,2 y 3 con un cristofer reaves quien no paraba de asombrarme y hacerme padecer. Eso era inocencia cinéfila en su estado puro.

Sucedía igual con los mandados para comprar el surtido de una tienda de barrio que teníamos y que ayudaba en parte a la economía de la casa. Hasta no hacer itinerantica por todos y cada uno de los teatros de Armenia, viendo que había en la cartelera o que estaba por llegar, no comenzaba con la labor realmente encomendada por mi madre.

Por esos años, antes de mi primera década de vida, el gusto por el cine se basaba muchas veces en conformarse con ver y no mirar, mucho menos entrar a las funciones aun si tuviera dinero para la boleta. Ver los afiches con nombres de actores, algunos conocidos, y las frases de las películas que las caracterizaban era la única opción para un cinéfilo en estado zigoto, pues no estaba permitido el ingreso de menores de edad a funciones solo y menos para realizaciones que supuestamente solo entendían adultos.

No había forma de convencer a la taquillera de teatro, de que yo ya me había visto en Premier Caracol producciones como Visa USA, el padrino 1, la laguna azul, el triángulo de oro, el hombre del zapato Rojo y crónica de una muerte anunciada entre muchas otras, con tan solo 9 años. Y que ninguna de esas historias había atrofiado mi sentido de la sociedad, matado mi inocencia o mucho menos alborotado el libido antes de la pubertad. Unicamente quería entrar y ver cine ya que en mi casa no teníamos VHS y estábamos a 10 años de pagar televisión por cable.

Solo hubo una oportunidad en la que los de la sala de cine del teatro Yanuba tuvieron que hacer de tripas corazón y ver como ingresaba con una sonrisa de oreja a oreja para la función de las 3:PM donde se proyectaba la cinta de acción “Danco al Rojo vivo”, que tenía en el reparto a james beluchi y Arnold swarseneger. De este último actor ya había disfrutado de cintas como Comando, Terminator 1, Carrera mortal y Conan. La boleta para ingresar me la gané en un programa radial que mi madre escuchaba en las mañanas y preguntaban el nombre del protagonista. Cuando le comenté a ella que lo sabia, llamó a la emisora y entre no sé cuántos oyentes, fui el único en acertar. Boleta para dos personas.

En otras ocasiones mi abuela me llevaba con mis hermanos a las funciones del matiné de los Domingos en el difunto teatro Bolívar cerca a la plaza o el desaparecido Yuldana. Dos de las muchas salas que antes de la llegada del DVD, habían en Armenia y en las que Cantinflas, el llanero solitario, el enmascarado de plata y querida encogí a los niños, alimentaban nuestro naciente mundo.

Con la llegada de la adolescencia y los ahorros de las mesadas del colegio, conocí en vespertina y noche incluyendo producciones de Serie B y el famoso dos por uno en una sola tarde, teatros como El Canaima, El Izcande, El Yuldana 1 y 2 o Cinema el Bosque, quienes fueron mis cómplices y alcahuetes de un gusto ilimitado, donde pude ver a Un keanu Reaves en Punto de Quiebra y Silvestre Stallone en Condena Brutal, como otros actores màs. Pero faltaba aun lo mejor.

En el nombre de mi padre, protagonizada por Daniel Day Lewis y dirigida por Jim cheridan fue la cinta que por accidente nos dieron en el colegio, en una de esas cátedras desperdiciadas y mal enfocadas sobre derechos humanos. Esa, sin dudarlo, fue la historia que me puso los pies sobre la tierra por este amor a algo intangible pero irresistible. La conciencia de pasar al siguiente nivel en el gusto por ver películas y comenzar a digerirlas con mejor sabor y más análisis, me llevó sin querer pero como nos pasa a todos los cinéfilos, a que Dios nos creara y el cine nos juntara.

Memento, taxi driver, malas calles, Calígula, la naranja mecánica, color purpura, tiempos modernos, casa blanca, lo que el viento se llevó, el exorcista, la última tentación, Senderos de Gloria y mil más, eran los nuevos descubrimientos y asombros que me llegaban a la mano. Junto con un amigo del barrio fueron varias las veces que literalmente juntamos monedas y caminados kilómetros para llegar a la video tienda donde habían promociones y de donde escoger.

Ya en la universidad no solo seguía encontrando universos maravillosos en cintas para mi nuevas pero ya con años de haber salido a cartelera, sino que halle asilo en la oscuridad de  cineclubes como el Lumiere o el Mohán, este ultimo con sus más de 35 años proyectando.

Algunos compañeros cinéfilos me preguntaban cómo había vivido sin ver esas producciones tan inolvidables en la historia, si decía gustarme el cine. Mi respuesta sigue siendo la misma, “las películas siempre están ahí, esperándonos para sorprendernos con su argumento. Nosotros solo debemos cumplir con el deber de dejarnos llevar a la deriva. Ver películas no es una moda, es un estilo de vida”.

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Fotografía: Maríe

Desde entonces el cine nos sigue juntando en varios escenarios a quienes nos gusta en todas sus presentaciones y formatos; Festivales, muestras audiovisuales, concursos, proyecciones de barrio, con la sala llena, vacia o en el trabajo, donde lastimosamente no pagan por hablar de él. Y nos junta cada vez más pues ya con el internet, páginas de cine gratis y amigos que las venden piratas, el viaje no acaba. Es  gustosamente interminable y para la muestra el siguiente y ultimo un botón.

En el año 2006 en ese afán de ver y digerir màs cine, llegan guiones convertidos en imágenes de alto nivel, como 21 Gramos o Irreversible. Esta última dirigida por Gaspar Noe que cambiò nuevamente el rumbo de navegación cinéfila para volver a empezar (No has visto nada me decía la conciencia). Fue el flaco Juan Andrés Muñoz, cofundador del cineclub Caicedo en la universidad del Quindío, que siempre tiene a la mano libros y películas, quien me hizo ese enorme favor junto con la producción 9 reinas de Fabián Bielinsky. Parece que fue ayer cuando luego de verlas juntas quedé en shock sin parar de pensar en sus imágenes por dìas.

Hoy día no queda más que agradecer al Dios del cine porque nos sigue juntando y lo hace cada vez más, donde estemos y en los lugares menos pensados. Ya uno no está solo como cuando niño en el comienzo de este amor incondicional. Ya somos más que un clan que no quiere ganar ni competir por ver quién sabe más del séptimo arte.

No nos interesa honestamente hacerlo. Somos una tribu que se sumerge en tertulias infinitas sin importar la hora o el día, compartiendo sentimientos y argumentos por lo que nuestros ojos han visto. Nos pasamos las noches y espacios enteros invirtiendo la vida en vivir las historias de otros, así nos coja el amanecer. Vivimos sorprendiéndonos, recomendando a quien pueda interesar y recibiendo recomendaciones y enseñanzas de los que realmente saben y han visto demasiado cine. Aunque demasiado es realmente poco porque pretender ver todas las películas no es necesario y verse unas cuentas no es suficiente.

Por ahora somos la metástasis de este gusto que llega a los barrios populares de la ciudad, llevando cine.  No nos detenemos. Cada mes o cuando tengamos un video Beam y sonido llegamos con una cinta en la que alrededor se congregan barrios enteros, siempre con los chicos por delante. Cada uno lleva su silla y el techo de la sala improvisada es el cielo es el cielo, compartimos nuestro amor en los parques abandonados o bien provistos, en salones comunales y calles cerradas. La noche oscura a veces con o sin estrellas es nuestro lugar común. Para un cinéfilo la tarea no termina nunca porque esta historia siempre continuará…


Robinson Castañeda |  «Naci y no he muerto a menos que me haya convertido en fantasma y no me haya dado cuenta».

 gracias
197…? hasta hoy